domingo, 3 de junio de 2012

Entendí al amor

Sonaba mi telefono celular. Yo volvía de mi trabajo. La ciudad estaba un poco más oscura de lo habitual pero mi día parecía como cualquier otro. Tomaba el teléfono que aun seguía sonando y en la pantalla titilaba el nombre Katerine. Su mejor amiga. Mi mejor amiga también. Lo atendía. Y el mundo se me desvanecía cuando su voz me decía: FALLECIÓ. Luego era una mezcla de frases desordenadas que carecían de todo sentido y a la vez explicaban cuál era el futuro que se acercaba. El sufrimiento, el desgarrador dolor que se siente ante la ausencia de un ser querido. De mi ser querido. Que fue un accidente. Que no se pudo hacer nada. Que no había forma de comprenderlo. Que tenia que se fuerte. Y el resto de los sucesos eran una nube gris, muy gris, casi negra que avanzaba a toda velocidad. Del teléfono sonando a la sala velatoria. Yacía inmóvil, muy blanco, en el ataúd. Yo me encontraba a su lado, velándolo. Viendo como nuestras ultimas horas se estaban esfumando. Nuestra ultimas horas juntos. No podía pensar en nada, solamente en que ese dolor que se apoderaba de mi, era lo que de ahí en mas sentiría por siempre. Desesperación. Frente a mí todos ellos. Sus familiares, sus amigos… los mios también. Mi madre, que tanto lo quería. Mi padre, que nunca supe cual era su verdadero sentmiento pero que denotaba cierta paz al saber que alguien amaba a su hijo. Yo le acariciaba el pelo y pensaba en que de ahí en pocas horas, su cuerpo comenzaría a descomponerse bajo la tierra. A dónde iba ese ser. Mi amado ser. El hombre por que el daba mi vida. A dónde quedaban todas aquellas cosas que habíamos vivido. No, no podía quedar solamente en el recuerdo. Tenia que haber algo mas. Y yo no lo entendía. Me era difícil explicarlo, difícil sentirlo. Y otra vez la desesperación. Abrazos, lagrimas… sollozos. Un cigarrillo invitado por mi mejor amigo en la puerta de la sala velatoria, que no sabía cual era. Toda realidad, todo sentido común estaba opacado por aquel llanto interno que salía cuando ya no podía contenerse. Y sentado en el umbral pensaba en silencio cómo serían mis días de allí en adelante. Solo. Sin sus abrazos. Sin su talento para admirar y aplaudir. Sin nada más que el recuerdo que poco a poco se iría borrando. Y me preguntaba si realmente mi cabeza sería tan hija de puta como para permitirme olvidar su rostro con el paso del tiempo. La sensación de su boca besándome. El recuerdo del timbre de su voz diciéndome te amo. Y una vez más al lado del ataúd. Acariciando su pelo, con mi rostro bañado en lágrimas que no podían secarse. Caricias en mi espalda, en mi cabeza, en mi hombro. Compasión. Pero yo veía la incompresión. Nadie, pero nadie, podía comprenderme. Mi otra mitad estaba apagada. Ya no brillaba, nada podía cambiar aquella suerte de mierda que estaba apoderada a mi. Y me daba cuenta entonces que lo tenía a mi lado. Gabriel, mi hermoso Gabriel. El amor de mi vida, hombre por el que era capaz de darlo todo. Y lo daba. A mi lado estaba reposando, en su profundo sueño nocturno. Y cuando venía en mi mismo, lo abrazaba, mientras el seguí durmiendo, inmutado frente a mis pensamientos que nunca llegaba a conocer. No entendía lo que pasaba, no entendía por qué mi mente me jugaba así en contra, por qué cada noche que dormíamos juntos, en ese instante mágico en el que se está entre despierto y dormido, mi mente jugaba a matarlo. Y luego a velarlo. La mayoría de la veces hacíamos el amor. Casi siempre con toda la pasión del universo atraida por nuestros cuerpos. Otras veces un poco más frios. Pero siempre con el amor caractirístico de nosotros. Ese amor que amábamos y que anhelábamos cuando no estábamos juntos. Y luego la somnolencia se apoderaba de nosotros y comenzábamos a caer en un sueño profundo. Siempre Gabriel se dormía primero. A mi me costaba más. Disfrutaba de su respiración que tan diferente sonaba cuando caia en la profundidad del sueño. Y acariciaba su pecho. Su pelo. Besaba suave, muy suavemente, sus mejillas, su boca ya adormecida. Y le susurraba un te amo que me hacía feliz. Y amoldaba mi cuerpo al suyo y con una sonrisa comenzaba a dormir. Y entonces yo estaba en esa ciudad, mi ciudad, mas oscura que de costumbre. Y mi celular sonaba y en su pantalla se leía Katerina. FALLECIÓ. Y mi mundo volví a hacerse trizas. Y hasta que no volvía en mí y me daba cuenta que lo tenía en mis manos, hasta que no me daba cuenta que mi realidad era muy diferente a lo que mi mente estaba creando, yo era desesperación absoluta. Y ese sueño se repetía, una y otra vez. Si entender por qué sucedia, yo lo aceptaba. Y jugaba con ese contraste que me denotaba. Cuando lo hacía muerto y luego lo apretaba contra mi cuerpo desnudo, me daba cuenta de que era feliz con Gabriel a mi lado. Y todo lo demás que hasta entonces me preocupaba, perdía sentido. Entonces entendía el amor.

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